"PEPITA JIMÉNEZ": UN REALISMO ROMÁNTICO


"Nada le he dicho ni me ha dicho, y sin embargo nos lo hemos dicho todo." (Luis de Vargas)




A continuación, comenzaremos a hablar de la obra titulada como "Pepita Jiménez", una procedente del autor Juan Valera, nacido el 18 de octubre en Cabra en 1824, una figura de gran importancia en la literatura española del siglo XIX, especialmente en el género novelístico. 


Juan Valera fue a lo largo de su vida un escritor, diplomático y político español de renombre entre sus más allegados y contemporáneos. Como exponente de la escritura realista, debemos destacar que se nutrió de numerosas obras, tanto de carácter ilustrado como otras más románticas en el sentido estricto de la palabra. Es por ello, que como autor se labraría un estilo propio y personal, uno que bebía de las fuentes románticas, combinando estas con un estilo realista más temprano. 

Es impensable una interpretación literaria de estas características sin mencionar un acontecimiento fundamental para la literatura española, así como para la hispanoamericana, tratándose así de la llegada de la doctrina idealista del "krausismo". Esta doctrina inunda el marco literario español desde el año 1840 hasta 1936, y se presenta como una especie de síntesis entre las doctrinas teístas y panteístas, surgiendo el panenteísmo, es decir, la concepción filosófica y teológica de que Dios supone inherencia y trascendencia del mundo mismo, siendo con ello creador y creación per se. 

De tal forma, el autor definirá la naturaleza como elemento pedagógico y hacedor de todas las fuentes de conocimiento y sabiduría, tomando con mucho cuidado las relaciones experimentales de la actividad científica, alejándose de las creencias dogmáticas en favor de un mayor liberalismo religioso. En resumen, la fórmula del movimiento krausista se define en la búsqueda del "racionalismo armónico", donde el destino racional del hombre y de la humanidad misma debe desarrollarse como orden universal de piedad, sacrificio desinteresado y altruismo.


"El universo con todas sus pompas y con toda su hermosura es un caos para el hombre sin fe" (Juan Valera)




En lo que respecta a la obra de "Pepita Jiménez", esta se divide en tres partes diferenciadas, "Cartas de mi sobrino", "Paralipómenos" y "Epílogo". Todas ellas se encuentran manipuladas por un supuesto editor, quien hallaría este conjunto de cartas y escritos, con el objetivo de darle forma y obviar detalles innecesarios que estorbaban para una lectura dinámica.

En la primera parte o "Cartas de mi sobrino" se nos pone en escena el formato de la novela, desde la posible recopilación de estas cartas por parte del deán hasta las vivencias de su sobrino Luis de Vargas mediante cartas enviadas desde su pueblo natal como una prueba de su fe y un desafío para su falsa moral cristiana. Esta correspondencia abarca las fechas desde el 22 de marzo hasta el 18 de junio estando compuesta de 15 cartas. 

En la segunda, se realiza una especie de añadido a las cartas anteriores a modo de explicación para los acontecimientos sucedidos y su desenlace, así como consecuencias directas de ello. A simple vista se podría pensar que la autoría se corresponde al deán, pero es obvio que no es de tal forma, ya que solo una persona como es Don Pedro de Vargas sería capaz de conocer los detalles y personalidades tan al detalle, mostrando con todo lujo de detalles lo sucedido. 
Por ello, el deán al ser un espectador no presente de forma directa en la historia, no habría capaz de redactar las líneas del "Paralipómenos".

En cuanto a la tercera parte, esta es denominada como "Epílogo" o "Cartas de mi hermano", y en definitiva se trata de un recopilatorio, elegido a conciencia, de cartas de Don Pedro hacia su hermano el deán, donde se descubre toda la conspiración del padre con el objetivo de alejar a su hijo de los hábitos y acercarlo al amor de Pepita, la mujer a la que ama. 

Algo destacable puede ser que, a pesar de el deán el responsable de la conservación de las cartas y en general de la obra completa, únicamente aporta unas pocas notas o comentarios del texto en la página 321, además de una carta escrita a su hermano Pedro en la página 337.

Por último, y como conclusión, es evidente que la estructura interna de la obra está dividida en dos relatos, es decir, el primer relato abarca las cartas del sobrino que presentan un tono místico religioso de carácter piadoso, uno influido por su instructor pedagógico y moral, su tío el deán. Por otro lado, el segundo relato comprende las dos últimas partes de la novela, unas líneas escritas por Don Pedro de Vargas, algo que se nos evidencia por un tono profano y sensual de un individuo criado en el ambiente popular, y no en el litúrgico como su hijo. 
Por ello, Juan Valera nos demuestra una alta maestría a la hora de crear varios puntos de vista sobre personajes, como en el caso de Pepita de una parte del libro a otra, donde las circunstancias y lenguaje del narrador influyen de buena manera en la realidad descrita. 



"¿quién asegura que no pueda el alma olvidarse del amor a su Creador, cuando no le ama de un modo infinito, sino porque no hay criatura a quien juzgue digna de que el amor en ella se emplee?" (Luis de Vargas)






 

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